
¿Por qué Marviveo?
septiembre 19, 2023Mi madre no tuvo madre
¿Cómo se empieza una carta?
Qué lindo esto de hacerlas, por cierto.
No tanto como escucharte hablar con ese acento italiano y la mano bailarina que me hacía tanta gracia.
Pero me ayuda a sentirte cerca y no sabes lo mucho que te extraño.
Una vez me dijiste que hablaba demasiado de mi padre, mucho más que de mamá.
Tenías razón, nunca te conté demasiado sobre ella y aún ahora, existen datos sobre su vida que todavía desconozco; pero te diré algo, lo que sé es suficiente para defenderla de lo que haga falta y ya vas a saber por qué.
Su vida tiene que ver directamente con la mía y no solo porque nos una la sangre.
Algo más poderoso nos habitó desde el mismísimo día de su nacimiento. Sí, del suyo.
Mi madre, lo aseguro de forma inexpugnable, nació siendo mi madre.
Lo sé, porque la siento en cada pálpito.
Somos partes de una hermosa pieza completa. Junto con mi hermana, somos las nietas y las hijas de mujeres que sufrieron toda su vida y estoy convencida de que nacimos para acabar con eso.
Mi madre no tuvo madre, se le murió antes de poder pronunciar su nombre.
Mi abuelo compartió su tiempo con otros 15 hermanos y hermanas, más el trabajo incesante en las haciendas de café de los campos trujillanos.
Hay voluntades que una niña no puede entender.
Pero sería injusto haberle pedido que entendiera la desdicha de ser abandonada, crecer entre monjas y casas de familiares. Porque al ser huérfana de madre, su vida se desarrollaba de forma intermitente. Primero, vivía donde la pudieran cuidar y después, donde ella pudiera cuidar a otros.
De nuestras largas conversaciones, recuerdo que me contó que aunque se casó muy joven, conoció el verdadero amor siento adulta y no vino nunca de parte de un hombre.
Como suele suceder a la mayoría de las mujeres.
Se pasan toda la vida buscando que alguien las ame, para descubrir que esa tarea solo podían y debían hacerla ellas.
Sobre dónde vivía, es mejor aclarar que había sitios, que en cinematografía se conocen como “no lugares” donde, en vez de habitar, se transita.
Es terrible crecer y no tener un lugar seguro, no tener una casa, una habitación.
Y eso le pasó a ella.
Mi madre no tuvo un hogar en su infancia, pero sí que vivió en muchos otros y dentro de su seno los hizo florecer.
Bastante ayudó de casa en casa cuando le daban días libres en el convento. Esto la convirtió en una minuciosa experta en el arte de la limpieza.
Fue madre y esposa antes de tener sus propios hijos. Pero luchó por ser ante todo una mujer, “con sus uñas y sus dientes” tal cual lo decía Lydda Franco.
Cuando yo era una niña, recuerdo mis esfuerzos insuficientes por hacerle compañía durante las noches, cuando estudiaba para ser licenciada en Educación Especial y no abogada como había deseado. Su padre no lo permitió y luego la vida le fue borrando ese sueño.
Así que, entre tareas domésticas y crianza, mamá estudiaba en la penumbra de un pueblo abandonado, para abandonarlo luego… Y yo la observaba atenta, completamente admirada.
Recuerdo el día de su acto de graduación. Se graduó con honores, todita vestida de blanco mientras cientos de jóvenes con tiempo libre no prestaban atención a la clase y ella cargaba con tres hijos y un matrimonio angustiante.
Esa mujer, que por supuesto tiene un nombre, aunque yo prefiera llamar madre, recibió sin rendirse cuanto golpe y ofensa fue necesaria para darnos donde dormir y qué comer, mientras preparaba el camino para ser libre, para que fuésemos libres.
La gente tiende a huir de ciertas palabras, esas que resultan ásperas al oído, pero que no superan lo dolorosas que son en la realidad. Palabras como tortura, aborto, paliza, violación, abandono, hambre, desahucio, desamor, exilio.
Y de eso se trata una parte de nuestra historia.
Ya lo sabes bien, no es la primera vez que lo hablamos, aunque ahora me ha nacido un deseo, tal vez tarde, de contarte más detalles.
A pesar de haber sido tolerante, quiero dejar claro que mamá nunca fue una mujer sumisa.
Comenzó de nuevo a los 45 años, dejando lo seguro, saliendo de un matrimonio de 25 años y del miedo.
Donde algunos buscan excusas, ella buscó razones, y a la edad en que muchos se justifican, ella vio oportunidades.
Yo, que la vi llorar tantas veces, la vi empezar a sonreír y me sentí orgullosa.
Pero, por si fuera poco, después de superar desafíos tan dolorosos. Mi madre seguía en Venezuela, un país de riquezas y de sueños que empezaban a derrumbarse para nosotros desde el mismísimo momento en que tuvimos que esparcirnos como pólvora por el continente.
Ahora transita su madurez entre aeropuertos y redes sociales, para poder ver a sus hijas e hijo, a sus nietos y nieta.
Hace todo lo que puede y puede mucho, que no es una sorpresa para mí.
Ella transformó las palabras amargas en amables que vale la pena pronunciar… Como alegría, victoria, plenitud, armonía, amor, propósito, vida, libertad.
Seguro que esa mujer, mi madre, cometió muchos errores, pero yo no los veo.
Me reservo ese derecho como respuesta a su coraje.
Como derecho de nacimiento.
Gracias por leerme, Toni.
Te seguiré contando más detalles pronto, ahora debo trabajar y no estás aquí para decirme “Avanti”.
Con amor,
Marlin.